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Editorial del número 260 de La Tierra del Agricultor y Ganadero
Hemisferio norte. Mes de enero. Frío en Europa y, excepcionalmente, más frío del habitual para esas fechas en el sureste español, hasta hay nieve. La distribución y los consumidores europeos, dependientes en esta época del año casi en exclusiva de la producción de los invernaderos españoles para vender y comprar calabacines, berenjenas, lechugas, incluso tomates y judías verdes, entre otras hortalizas. La oferta se reduce puntualmente y los precios se disparan.
Ya tenemos la tormenta perfecta. Los mercados, al borde de un ataque de nervios. Todos empiezan a buscar culpables, incluidos los Gobiernos que, como el español, insinúan acusaciones veladas a los agricultores, enfrentándolos a los consumidores porque aprovechan esta situación aparente de crisis para engordar precios y beneficios.
Las informaciones se multiplican en los grandes medios, cargadas de dramatismo, las televisiones entrevistan a consumidores alarmados por el precio del calabacín, “¿hasta dónde vamos a llegar?”…, se preguntan.
Tras el alboroto de apenas unos días, los más fríos, la situación se estabiliza en origen, más producción y cotizaciones más bajas, aunque en los escalones posteriores los precios se resisten a bajar al mismo ritmo, aguantan altos. Ahí está la especulación y quienes aprovechan los vaivenes de la oferta, discretamente, como el que no quiere la cosa…
Cuando poco a poco se vuelve a la normalidad, dejamos de ser noticia. Ya nadie se acuerda de los agricultores. Al igual que sucede durante todos los días de año, en todos los sectores, cuando los precios son bajos, muy bajos, hasta no cubrir siquiera los costes de producción, como ocurre con la leche, o con las naranjas y otras frutas que se quedan en el árbol sin recoger porque no tienen precio ni para soportar el coste de recogida, o con las carnes...
La crisis ya es historia y entonces el Gobierno, cuando ya no es noticia, responde en el Congreso y el Senado a preguntas de la oposición. Y presume de que los agricultores y los invernaderos españoles son muy eficientes, un ejemplo para Europa. ¡Faltaría más! Pero ese mérito es nuestro, de los miles de hombres y mujeres que gestionamos pequeñas explotaciones de horticultura en invernaderos cada vez más modernos, sostenibles y eficientes, con productos de la máxima calidad.
Esta realidad no es un mérito del Gobierno. Pero sí es responsabilidad suya ordenar la economía y los mercados, con leyes que se apliquen y organismos que funcionen con la agilidad y la eficacia necesarias para velar por los intereses de todos y especialmente de los más débiles, que en la cadena alimentaria está muy claro quiénes somos. Por eso no podemos dejar de exigir con firmeza, un día sí y otro también, precios justos para nuestros productos.