ver menu

UPA

Las movilizaciones agrarias, entre la unidad y la pluralidad

Eduardo Moyano Estrada. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC - 28/08/2020

Las protestas que desde el otoño del pasado año 2019 protagonizan los agricultores en muchos países de la UE expresan el malestar que existe en el sector agrario europeo. En España, la protesta ha sido dirigida de forma unitaria por los tres grandes sindicatos agrarios (OPA) de ámbito nacional (ASAJA, COAG y UPA), que son los reconocidos oficialmente como interlocutores en el marco de la concertación con el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Además, Unión de Uniones (escisión de COAG) está teniendo una relevante presencia en aquellas regiones donde su base social es significativa, como ocurre en Cataluña, Castilla y León o Valencia.

En este artículo expondré, en primer lugar, el contexto de las movilizaciones, que reflejan el malestar existente en los agricultores. En segundo lugar haré una radiografía de la protesta, identificando los actores intervinientes. Y, finalmente, en tercer lugar analizaré el contenido de las demandas planteadas por las organizaciones que han dirigido la protesta.

Agricultura en tiempos revueltos

La agricultura suele ser el espejo en donde se reflejan con nitidez los procesos de cambio, y los tiempos revueltos de ahora dan buena fe de ello. Y esto es así porque en la actividad agraria convergen la producción de alimentos, la conservación del paisaje, la explotación de los recursos naturales, las inclemencias meteorológicas, las catástrofes climáticas, la interacción con el medio ambiente y la relación con los demás seres vivos (plantas y animales). También convergen en ella los efectos de la globalización económica, de las disputas comerciales y de las estrategias de las industrias y las empresas de distribución.

Asimismo, cada vez son más estrictas las exigencias medioambientales y de bienestar animal, así como los controles administrativos, que ponen límites a una actividad como la agraria que los agricultores han visto siempre como un espacio de independencia y libertad, en armonía con la naturaleza, y que hoy es sometida cada vez más a injerencias externas. Esto hace que el de la producción agraria sea un sector constantemente zarandeado a diestro y siniestro, cuando no denigrado y despreciado por ciertos grupos (animalistas, radicalismo ecologista...), hasta el punto de que en círculos europeos se ha acuñado el término “agribashing” para calificar esta actitud. Todo ello desconcierta a los agricultores y los indigna al no comprender bien las claves del nuevo escenario en que desarrollan su actividad, sintiéndose víctimas de fuerzas que no controlan.

Al sentimiento de frustración de los agricultores también contribuye el hecho de que, viéndose aún viéndose aún como un sector estratégico para la producción de alimentos, comprueban que ya no lo es y que fácilmente son moneda de cambio por parte de los gobiernos para el logro de otros objetivos.

Es lo que perciben que ocurrió hace unos años con el efecto bumerán de las sanciones a Rusia por la anexión de Crimea, o lo que ha sucedido más recientemente con la subida arancelaria decretada por Trump con el beneplácito de la OMC. También tienen esa sensación los agricultores cuando observan la llegada a nuestros mercados de productos agrícolas procedentes de terceros países como resultado de los grandes acuerdos comerciales de la UE (Canadá, Japón, Mercosur...) o de simples acuerdos preferenciales enmarcados en las políticas de cooperación internacional.

Es algo contra lo que se rebelan y protestan, pero la realidad es tozuda. Hoy día, en un contexto de mercados abiertos y de libre competencia, es un hecho indudable que no es necesario producir localmente los alimentos para que el consumidor tenga acceso a una alimentación sana, saludable y a precios asequibles.

Comprueban además los agricultores que el valor estratégico de la agricultura ha cambiado. Ven ahora que su actividad se valora menos por lo que producen sus explotaciones que por cómo utilizan los recursos naturales. Sienten que una actividad tan relevante para ellos es ahora juzgada por sus efectos en el medio ambiente, estando sometidos a una estrecha vigilancia por parte de los poderes públicos. Se alarman y se irritan cuando oyen decir que “la agricultura es demasiado importante para la sociedad como para dejarla en manos de los agricultores”. Observan que el control de su actividad se les escapa, pasando a depender de otras manos, menos manchadas de tierra y más ligadas a los despachos de una administración que ya no es la “suya”, la agraria, sino que en ella convergen otras áreas ministeriales. Es de algún modo el final de una época, el final del viejo “corporativismo” tal como lo habían entendido los agricultores durante mucho tiempo.

A ello contribuye también el hecho de que los agricultores han dejado de ser mayoría en los municipios rurales, y son ahora una minoría más entre otras. Por eso tienen la sensación de que han perdido el relevante espacio que antaño tuvieron en los territorios. Son ahora menos importantes, cuando antes lo eran todo en el medio rural. Además, son conscientes de que su actividad resulta poco atractiva para sus hijos e hijas, y ven con pesimismo cómo envejecen sin tener asegurado el relevo generacional en sus explotaciones. Al no ver futuro alguno en la agricultura, alientan la salida del medio rural de los jóvenes, aunque la ven con una sensación de fracaso y como el final de una forma de entender la vida.

Y todo ese zarandeo se produce en un marco de reducción de los precios agrarios y de aumento del coste de la mano de obra y de los insumos. Es además un contexto en el que la UE recorta el presupuesto de la PAC (y con ello la cuantía de los pagos directos) para atender a otras prioridades de la política europea (migraciones, salud, seguridad, digitalización...), y se les exigen a los agricultores nuevas condicionalidades (entre ellas, las medioambientales para luchar contra los efectos del cambio climático).

Todo ello explica las movilizaciones que se vienen produciendo desde hace unas semanas no solo en España, sino también en otros países europeos. Muestran el malestar existente dentro del sector agrario y su impotencia para salir de este complicado atolladero, conscientes de la necesidad de buscar alianzas con el conjunto de la sociedad y de unir sus esfuerzos para afrontar el nuevo y complejo escenario.

Los agricultores están acostumbrados a tener que adaptarse a escenarios cambiantes, ya sean climatológicos, económicos o culturales. Pero el de ahora es un escenario muy complejo en el que convergen todas esas dimensiones, lo que hace que su necesaria adaptación no puedan hacerla solos ni tampoco de forma individual. Solo los que gestionan empresas agrícolas de gran dimensión están hoy en condiciones de definir sus propias estrategias comerciales para hacer frente a los desafíos de la competencia y de la gran distribución. Los demás tienen que recurrir a fórmulas asociativas que les permitan concentrar la oferta, reducir los costes de los insumos, informarse de la evolución de los mercados, incorporar la digitalización en la gestión de sus explotaciones y saber moverse por los vericuetos de una burocracia cada vez más compleja.

Es un tópico muy extendido el que señala el carácter individualista de los agricultores. Pero la realidad es otra, ya que no hay un sector como el agrario donde tenga mayor presencia el movimiento asociativo en sus diversas formas y expresiones (cooperativas, comunidades de regantes, sindicatos y organizaciones profesionales, interprofesiones, organizaciones de productores...). El problema es que no basta con estar asociado, sino que la actividad asociativa sea eficiente para los propósitos que se persigue con ella.

Y ahí es verdad que el asociacionismo agrario muestra síntomas de debilidad para hacer frente a los grandes retos del siglo XXI. Hay ciertamente cooperativas, demasiadas cabría decir, pero la realidad es que están muy dispersas y atomizadas y no desempeñan con eficiencia el objetivo de concentrar la oferta y mejorar su posicionamiento en la cadena alimentaria. La mejora de la vertebración cooperativa hacia modelos más eficientes de integración es, sin duda, una asignatura pendiente. También lo es la consolidación de las interprofesiones para integrar de forma eficaz los intereses de productores e industrias en torno a la defensa y promoción de un determinado producto. Algunas funcionan bien, pero otras interprofesiones lo son solo de nombre y apenas tienen incidencia en el posicionamiento de su producto en la cadena.

Siempre quedan loables iniciativas emprendedoras que muestran el dinamismo que, a pesar del pesimismo generalizado, existe dentro del sector agrario, como ocurre en el aceite de oliva, en el vino o en la ganadería. Mas estas iniciativas no pasan de ser casos aislados que valen por su efecto ejemplarizante, pero que no reflejan la realidad de un sector sumido en el desánimo y enfrentado a un horizonte de tiempos revueltos.

Todo esto compone el contexto de la protesta que viene recorriendo la agricultura europea y que se caracteriza por un rasgo que no siempre es habitual en el sector agrario, a saber: la formación de un frente unitario en defensa de sus intereses. Es precisamente por su excepcionalidad que merece la pena dedicarle algún espacio para analizarlo.

Una radiografía de la protesta

En los estudios sobre sindicalismo se considera la “pluralidad” un rasgo consustancial de este tipo de organizaciones. Por el contrario, la “unidad” se ve como algo excepcional que, cuando ocurre, debe explicarse. Y esto es así porque las divisiones económicas y sociales dentro de un determinado sector de actividad se trasladan a los discursos ideológicos y las prácticas culturales, mostrando formas y estilos diferentes a la hora

de expresar sus demandas y reivindicaciones. Por eso se asume como normal la pluralidad sindical, mientras que son los movimientos de unidad los que deben ser analizados buscando las razones que los justifiquen.

Un sector internamente diferenciado

Por eso no es normal que un sector como el agrario, tan diferenciado internamente y con problemas muy distintos de rentabilidad entre subsectores y tipos de explotaciones, se presente unido de forma tan visible como la observada este año. Ello hace que el movimiento de protesta de los agricultores sea una buena ocasión para hacer una radiografía del mismo, ya que, detrás de la imagen de unidad que quieren transmitir las OPA, hay situaciones de diversidad que deben ser desveladas. Y nada mejor para ello que observar con una mirada fotográfica las recientes movilizaciones para captar las marcadas diferencias entre los manifestantes.

Manos y rostros curtidos por las muchas horas pasadas en el tractor, por el duro trabajo en la tierra a la intemperie o por la dedicación sin límite al ganado en los establos se mezclan en las manifestaciones con manos más refinadas y rostros de piel cuidada, más acostumbrados a gestionar sus propiedades que al trabajo directo en ellas. El vestuario también delata las diferencias existentes entre los manifestantes, reflejando su distinta vinculación con la actividad agrícola y ganadera: en unos muestra una relación más estrecha y directa; en otros, más distante y, en todo caso, mediada por el trabajo de los asalariados que contratan.

También ayuda a ello ver los programas televisivos en los que han estado interviniendo con más frecuencia de lo habitual los dirigentes de las OPA. En esos programas, los gestos y la forma de expresarse mostraban el diferente poso cultural de donde procede cada uno de ellos. Ver, por ejemplo, una entrevista con un dirigente de UPA o COAG y compararla con la de otro de ASAJA proporcionaba suficiente información para detectar las profundas diferencias entre las organizaciones a las que representan. Son dos universos culturales tan distintos que cuesta entender cómo pueden colocarse detrás de la misma pancarta.

Es verdad que en las OPA españolas hay bastante transversalidad y muchos rasgos comunes entre sus bases sociales, de tal modo que podemos encontrar pequeños y medianos agricultores en todas ellas. Pero es también cierto que la agricultura de tipo empresarial, la que se basa en explotaciones de grandes dimensiones y emplea abundante mano de obra asalariada, no la encontramos en COAG, UPA o Unión de Uniones, sino solo en ASAJA, que por algo es miembro de la patronal CEOE y se muestra especialmente preocupada por el incremento del SMI o por el tema de la reducción de las peonadas para el cobro del subsidio agrario por parte de los trabajadores eventuales.

El porqué de la unidad

Sin embargo, todos han aparecido en las movilizaciones unidos bajo el lema de “Agricultores al límite” o detrás de la pancarta de “Precios justos”. Y lo han hecho a sabiendas de que la situación límite a la que se refieren y los costes de producción que tiene que soportar el titular de una pequeña o mediana explotación, son muy diferentes de los del gran empresario agrícola. Sobre tales diferencias se pueden poner muchos ejemplos en el sector del olivar, en los cereales o en el sector hortofrutícola.

Entonces, cabe preguntarse sobre el porqué de la unidad de acción de las OPA. Puede haber, sin duda, una razón táctica, al comprobar que el impacto social, político y mediático de las movilizaciones es mucho mayor presentándose unido el sector que si lo hace dividido, cada sindicato por separado. Eso explica también la elección de eslóganes sencillos, simples y muy emotivos (el campo no puede más; ya está bien de explotación; basta ya de tanto desprecio y ninguneo...), sobre los que es difícil que los agricultores no estén de acuerdo. Son, sin duda, mensajes efectivos como banderín de enganche para llamar a filas a una tropa tan diversa y con problemas tan diferentes.

El rasgo de presentarse, a pesar de sus diferencias, unidos frente a los “otros” (las industrias, la gran transformación, los ecologistas, los países terceros, los acuerdos comerciales, los políticos, encarnados en el gobierno central y en la UE...) es lo que ha llevado a algunos autores (ver el artículo de Jan Douwe van der Ploeg en este anuario) a tachar de “populista” el movimiento de protesta de los agricultores extendido por Europa.

Es un debate interesante, pero para calificar de “populismo” un movimiento social es necesario que la unidad de acción con la que se presenta no sea coyuntural (fruto de una decisión táctica), sino el resultado de unificar discursos y reivindicaciones con una vocación de permanencia. Y eso no parece que esté ocurriendo en todos los países europeos, al menos no por ahora en España.

¿Se resquebraja la unidad?

Y digo esto porque la efectividad de la unidad de acción de las OPA españolas está empezando a dejar de serlo cuando han comenzado las negociaciones con el MAPA para convertir en medidas políticas concretas las demandas de los agricultores. Como se está ya viendo al valorar las primeras medidas del gobierno, es ahora cuando surgen las diferencias entre las organizaciones, que probablemente irán a más en el momento en que se aborden temas de calado para afrontar la crisis que afecta al sector agrario, una crisis que no es solo de precios, sino que tiene también otros componentes, como los efectos del cambio climático, las nuevas demandas sociales, el desafío tecnológico, el relevo generacional...

Una vez cumplido el objetivo inicial de la movilización conjunta y sincronizada entre las OPA, cabe preguntarse en qué beneficia a los sindicatos que representan a la agricultura de tipo familiar mantener la apariencia de una unidad que no existe realmente. Son evidentes los beneficios que esa táctica reporta a los intereses de la gran agricultura, ya que mantener la apariencia de unidad del sector agrario se convierte en una cortina de humo para no debatir problemas complejos sobre la desigual situación de los agricultores según sus cultivos y tipos de explotaciones, y diferenciar las posibles soluciones.

Respecto a la agricultura de tipo familiar (que es la integrada en el territorio y cuya presencia es fundamental para mitigar los efectos de la despoblación rural) no parece que continuar hablando de unidad le reporte muchas ventajas, sino todo lo contrario. De hecho, presentarse en las negociaciones con el MAPA con un programa unitario de demandas puede que les impida a los sindicatos de la agricultura familiar plantear con autonomía sus propias reivindicaciones, como, por ejemplo, la reforma del actual sistema de distribución de los pagos directos de la PAC basado en los “derechos históricos”, el capping o la implementación de pagos redistributivos.

Creo que no estamos en España ante un movimiento “populista”. Pero podría serlo si el frente unido del campo deja de ser algo coyuntural y táctico para convertirse en algo permanente. En definitiva, si oculta, bajo el manto de mensajes simplistas y emocionales, la compleja realidad de la agricultura española y no afronta los grandes retos que tiene por delante, como la vertebración asociativa, la digitalización o la transición ecológica.

Que no lo sea depende de que las OPA que representan a la agricultura familiar eviten el seguidismo respecto de la patronal y sean capaces de marcar distancias con ella, presentando con claridad en las mesas negociadoras sus propuestas sobre estos desafíos.

Las demandas y reivindicaciones del sector agrario

Las movilizaciones de estos meses expresan, sin duda, el malestar del sector agrario, pero también plantean un conjunto de demandas que han propiciado la apertura de una mesa de negociación con el Ministerio de Agricultura (MAPA). Fijar unos precios justos y limitar el dominio de las grandes empresas de distribución son dos de las principales. A ello se le une controlar la entrada de productos agrarios procedentes del exterior y frenar los costes de los insumos y de la mano de obra. Vayamos por partes.

Fijar “precios justos”

Es difícil no mostrarse de acuerdo con la fijación de un nivel mínimo de precios que garantice a los agricultores cubrir costes, remunerar su actividad y obtener un beneficio que haga rentables sus explotaciones. Pero el tema es más complicado.

Y es complicado porque los costes varían mucho de unos sectores productivos a otros, y dentro del mismo sector según el tamaño y el modelo de gestión de las explotaciones. Un claro ejemplo es lo que ocurre en el sector del olivar. No es lo mismo el coste en el olivar tradicional que el de las explotaciones superintensivas, e incluso dentro del tradicional los costes varían si hablamos de las

pequeñas y medianas explotaciones o de las empresas de gran superficie. Tampoco es igual en olivares de secano que en regadío. Todo ello complica definir en la práctica lo que es un precio “justo”.

Pero es que, además, fijar precios mínimos no es jurídicamente posible en el marco de libre competencia en el que se mueve la economía europea, y que se ha demostrado en Francia con la imposibilidad del gobierno Macron de sacar adelante su iniciativa sobre este asunto. Hubo épocas en que eso era factible, como cuando la PAC aplicaba un sistema de precios de garantía. Eso ocurría cuando la agricultura estaba exenta de las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), pero no es posible ahora. Estamos en otro contexto y, mientras no cambie, a él tenemos que adaptarnos.

Limitar el poder de la industria y la gran distribución

Otra demanda de los agricultores es limitar la posición dominante de las grandes empresas de distribución, a las que se les acusa de imponer precios a la baja y de llevar a cabo estrategias de venta a pérdidas que banalizan el valor de los productos. Esas críticas son comprensibles, pero parciales, ya que solo se centran en una parte de la cadena alimentaria y exoneran al sector agrario de la parte de responsabilidad que, sin duda, tiene.

En lo que se refiere a los productos en fresco, es evidente la influencia de las estrategias de las grandes cadenas de distribución en los bajos precios en origen que reciben los agricultores (a lo que habría que poner freno apelando a la responsabilidad social de la gran distribución, como se está haciendo con la limitación del uso de plásticos). Pero en el precio de los productos destinados a la transformación inciden también las industrias. En ambos casos aprovechan la atomización del sector productor y su ineficiente vertebración para lograr el máximo beneficio.

Es un hecho, por ejemplo, que un cooperativismo tan disperso y atomizado como el que existe en sectores estratégicos, no cumple de forma adecuada su función de concentrar la oferta y, por tanto, de aumentar la capacidad de negociación de los producto res ante los intermediarios. Tampoco las estructuras interprofesionales cumplen, salvo excepciones honrosas, las funciones de vertebración para las que han sido creadas. Todo ello debilita al sector y hace que el sistema de contratos agrarios, que tan buenos resultados está dando en otros países, sea muy poco eficiente en el nuestro. De este modo, los productores desaprovechan los instrumentos que tienen a su alcance para fortalecer su posición y así contrarrestar el dominio inevitable de la industria y de la gran distribución.

Además de mejorar su vertebración, los productores disponen de otras fórmulas que solo los más innovadores están aplicando. Me refiero a las fórmulas de venta directa mediante circuitos cortos de comercialización, bien con mercados locales de proximidad o usando las ventajas que proporciona el comercio online.

En definitiva, centrar las reivindicaciones en demandas imposibles, como fijar precios y limitar el poder de la industria y la gran distribución, me parece un desgaste de energía sindical que acabará frustrando las expectativas de los agricultores.

Reflexiones finales: el reto de la concertación

Pero, aun así, hay muchas otras cuestiones que pueden ser abordadas en concertación con el MAPA. Entre ellas cabe mencionar la mejora de la cadena alimentaria, el incremento de la financiación de los seguros agrarios, el control efectivo de las cuotas de entrada de productos de países terceros, la vertebración del sector productor, el impulso de los circuitos cortos de comercialización o el desarrollo de campañas de promoción que, como se hace en otros países, impliquen a los consumidores en la defensa de la producción interna. Pero también los costes de los insumos y de los efectos del aumento del SMI en el coste de la mano de obra. Y todo ello en el marco de la aplicación de la nueva PAC, que deja un amplio margen de maniobra a los Estados a través de los planes estratégicos nacionales.

La mesa de negociación entre las OPA y el MAPA es un buen logro de las movilizaciones agrarias. Es ahí, en el marco de la concertación, donde procede canalizar el malestar de los agricultores y plantear iniciativas para buscar vías de solución a sus problemas.

Las movilizaciones de protesta han logrado el objetivo de situar los temas agrarios en el centro del tablero político, al menos hasta la llegada de la pandemia del coronavirus. Asimismo ha permitido visibilizar ante el conjunto de la sociedad los problemas de un sector que, si bien no tiene la relevancia económica de antaño, continúa teniendo un valor estratégico indudable, y más cuando se producen situaciones de crisis sanitaria como la actual, en la que, debido al cierre de los mercados mundiales, solo el sector agrario interno puede asegurar el abastecimiento de alimentos a la población.

Pero es la hora de pasar de las musas al teatro, y de que cada sindicato se muestre tal como es, planteando las demandas del sector al que representa. No hacerlo y seguir tapando las diferencias tras una apariencia de unidad conduciría a poner paños calientes a un sector, como el agrario, afectado por una grave crisis que no se manifiesta de igual manera en todos los modelos de agricultura, y que, por ello, debe exigir soluciones diferenciadas.

 

Buscar noticias

buscar
mostrar todas